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Existen muchos patrones diferentes de ayuno intermitente. La idea general consiste en reducir el número de horas diarias en las que un individuo come (en un rango que varía de 4 a 12 horas), ayunando el resto del día. Una de las fórmulas más populares es la de restringir la ingesta a 8 horas y ayunar las restantes 16. En los últimos años, hemos visto varios estudios que mostraban los beneficios a corto plazo que este patrón dietético aportaba en relación con la salud cardiovascular, como mejor control de la presión arterial, la glucemia y la colesterolemia, así como pérdida de peso, por lo que su práctica se ha popularizado mucho.
No se conocían datos que contradijesen estos beneficios, ni se conocían los efectos a largo plazo, hasta el 18 de marzo, en el que se presentaron los resultados preliminares de un estudio prospectivo de una cohorte de 20.000 adultos estadounidenses, cuyos datos se extrajeron de las Encuestas Nacionales de Salud y Nutrición anuales entre 2003 y 2018, con una media de seguimiento de 8 años. Se compararon estos datos con los de mortalidad entre 2003 y 2019 de los Centros para el Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por sus siglas en inglés).
Los resultados de este estudio fueron comunicados en un congreso de la Sociedad Americana del Corazón y se consideran preliminares hasta que hayan sido publicados en una revista con revisión por pares. Sin embargo, han inundado todos los medios de comunicación por lo inesperados y rotundos que parecen: las personas que siguieron una dieta de restricción de la ingesta a 8 horas o menos, tuvieron un 91 % más de riesgo de morir por enfermedad cardiovascular. Este riesgo también se observó en aquellos que ya padecían enfermedad cardíaca o cáncer. En el caso de quienes vivían con una enfermedad cardiovascular preexistente, una restricción de la ingesta entre 8 y 10 horas se asoció con un 66 % más de riesgo de muerte por enfermedad cardiaca o ictus.
Estos datos han sorprendido incluso a los autores del estudio. Comparado con un rango de ingesta típico de 12 – 16 horas, el ayuno intermitente no se asoció con una mayor supervivencia. Por este motivo, los autores recomiendan no tomar este tipo de patrones como norma y personalizar las recomendaciones dietéticas a cada individuo, especialmente aquellos con enfermedad cardiovascular.
Es esencial recordar que aunque el estudio identificase una asociación entre el ayuno de 16 horas y mayor mortalidad cardiovascular, no significa que el ayuno sea la causa de esa mortalidad. Los datos proceden de encuestas auto-administradas y no se registraron otros factores que pueden tener un impacto importante sobre la salud. ¿Existe algún factor asociado con eventos cardiovasculares adversos que sea diferente y significativo entre el grupo de restricción de la ingesta y los demás? Será interesante conocer los resultados detallados del análisis cuando el estudio se publique para poder extraer conclusiones más firmes sobre el peso que el ayuno intermitente tiene como predictor independiente de la mortalidad por causas cardiovasculares.
Fuente: univadis.